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Auguro que todas las voces

Auguro que todas las voces

Auguro que todas las voces               

Serán tu palabra,

Mientras,

Sordo de albas,

Todo silencio

Esperando tu habla,

Sin poderlo saber,

Nada escuchado del viento,

Nunca de la respiración con afectos,

Poco del siseo tras el nado constante

Desplazando las aguas;

Nada que no sea tu timbre

Abriendo la puerta

De la celda presente

Tras la vida fugada.

Seré carente de oído hasta que me atropellen

O tus labios contorsionen mi nombre

Devolviéndome el sentido,

Tras saberme buscado,

Tras saber que tu voz

Me requería y buscaba.

Entonces el mundo

Será luz de color,

Viendo el sonido de tanto camino,

Dirigiendo mis ojos

Hacia el umbral de universales palabras.

1 de junio de 2011

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Útil

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A mi espalda escuché un golpe, el propio de una caída seca, sin resuene ni eco, igual a un quintal de plomo estrellándose contra el suelo. Al girarme vi a una mujer joven tendida sobre la arena reseca.

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Útil

Útil

A mi espalda escuché un golpe, el propio de una caída seca, sin resuene ni eco, igual a un quintal de plomo estrellándose contra la roca. Tras girarme vi a una mujer tendida sobre la arena. En el parque de perros las conversaciones entre los dueños se interrumpieron. La docena de canes siguieron corriendo, unos detrás de otros, como si nadie hubiese caído. De inmediato la joven fue rodeada. Alguien dijo que era epiléptica. Teléfonos móviles emergieron de los bolsillos para marcar el número de emergencias. Tres mujeres se abalanzaron sobre la yacente. La muchacha no hablaba, ni respondía a estimulo alguno, con la mirada perdida en el firmamento parecía un muñeco de excesiva envergadura. Las tres mujeres consiguieron ponerla en pie, pero era un peso muerto.

“Guiadme”, dije temiendo los abundantes hoyos del lugar, muestra de la afición excavadora de los perros. No lo quise reconocer pero aquella desconocida pesaba más de lo que, en un principio, me hubiese imaginado.

En su estado catatónico seguía sin reaccionar. Incapaces de hacer que ándese les era imposible acercarla hasta el banco de madera más próximo. Quizás no debieran moverla, pensé. A juzgar por el sonido provocado por su caída aquella muchacha debía haberse dado un fuerte golpe en la cabeza, pero ya era tarde para cuestionar el rescate: ahí estaba, alzada pero desvanecida, sin que apenas las tres samaritanas pudiesen sostenerla, ¿y que estábamos haciendo los hombres allí presentes…? un par de ellos eran muy mayores como para cargar con pesos, o así les quise justificar, quizás excusándome con ellos por no haber reaccionado de inmediato. ¿Y el otro hombre que había quedado a la entrada del parque?, aquel, sin duda, era un declarado animal de gimnasios, adicto a los batidos proteicos, de extremidades cual robles, quien sin embargo se había contentado con sujetar a su perro, manteniendo en reposo el evidente vigor de sus brazos. Viendo el panorama no quise pensármelo por más tiempo, ellas no podían y ellos no actuaban como se podría esperar de un hombre con fuerza física. Sin más me acerqué, ahora sé que inconscientemente pero seguro. “Dejadme”, les dije, “la voy a levantar”. De inmediato deslicé una de mis manos por debajo de sus rodillas, al tiempo que con la otra le aferraba de la cintura, y sin mayor miramiento la elevé hasta mi pecho, como un Hércules presumido, tanto que con su cuerpo tapé mi campo de visión, privándome de ver por donde encaminar mis pasos. “Guiadme”, dije temiendo los abundantes hoyos del lugar, muestra de la afición excavadora de los perros. No lo quise reconocer pero aquella desconocida pesaba más de lo que, en un principio, me hubiese imaginado. Su complexión era muy similar a la de mi ex novia, pero de ella hacía años que no sabía nada, y mi cuerpo ya no recordaba cuanto pesaba su cuerpo.

Tuve que cruzar varias esquinas antes de percatarme de mi postura. Estaba erguido, con el tórax hinchado, los pectorales en firmes y caminando con la cabeza muy alta. Sin duda aquel que cruzaba de una acera a otra no era yo, ese era alguien que fui y a quien ya no recordaba.

Con la mascarilla cubriéndome nariz y boca el aire me faltaba en los pulmones: demasiado tabaco y demasiados años sin levantar a nadie entre mis brazos. Directo hacía el banco las piernas me flaqueaban, pero era absurdo, siempre he sido un hombre fuerte, sin embargo en aquellos pocos metros requerí de toda mi adrenalina, mientras sentía a través de mi aliento el acuciante reclamo de un oxigeno que no me llegaba. Con asfixia, y avergonzado de que mis resuellos fuesen audibles, dejé a la muchacha sobre las tarimas de madera. Pese al esfuerzo la deposité con sumo cuidado, como si fuese una flor en el lecho de las nupcias más delicadas. Inmediatamente las mujeres volvieron a darle asedio, intentando captar de ella la reacción que fuese. Con el teléfono pegado a la oreja una de aquellas tres ya estaba indicando la dirección para que llegase la ambulancia.

Queriendo recuperar el aliento quedé observando, quieto, casi  convertido en estatua. Entonces sentí algo por tiempo olvidado. En un principio identifiqué dicho sentir con la certeza de que había hecho lo correcto, pero no era únicamente eso, nunca he dudado a la hora de ayudar a alguien, no era la primera vez que cargaba con un cuerpo, que me dejaba usar como muleta, o lo que fuese necesario con tal de auxiliar a alguien caído en mitad de la calle. No, mi sentimiento iba más allá. Entonces miré la hora, debía marcharme. Llamé a mi perro y con este salí del parque pasando frente al hombre de músculos pronunciados. El tipo permanecía contemplativo, como si todas las mensualidades del gimnasio no le sirviesen más que para lucirse en fotos con la ropa ajustada. Presuroso me dirigí de regreso, no sin antes volver la vista, deseando oír la sirena de cualquier ambulancia. Mientras andaba la extraña sensación no dejaba de crecerme. Estaba sudando, con el aliento entrecortado, pero repleto de una satisfacción y energía que aún no me eran del todo comprensibles. Volví a la calle tras dejar a mi perro despidiéndome en la puerta de casa. Tuve que cruzar varias esquinas antes de percatarme de mi postura. Estaba erguido, con el tórax hinchado, los pectorales en firmes y caminando con la cabeza muy alta. Sin duda aquel que cruzaba de una acera a otra no era yo, ese era alguien que fui y a quien ya no recordaba. Quise creer que la sensación que me invitaba a no reconocerme se debía a la adrenalina. Quizás era aquel proceso químico lo que me producía la innegable satisfacción de haber hecho lo correcto, pero seguía habiendo algo más, tan profundo que se me estaba perdiendo en las honduras.

Toda esa energía era deudora de mucho más que un esfuerzo físico, cuando mi cuerpo ya no sabía mover más músculos que los estrictamente necesarios como para poder cargar con las bolsas de la compra. Después de años de estar en el paro, después de dos años de pandemia, la cual me había inmovilizado, en ese instante me sentí el más ordinario de los súper héroes. De repente en el pie me dio un tirón, recordándome el esfuerzo reciente, pero no me importó, seguí caminando con el pecho encendido como hiciera demasiado que no se me inflamaba. Lo volví a pensar y entonces lo comprendí. Durante los dos años de pandemia no había tocado a nadie, a ningún amigo, a ningún ser humano, si quiera a mi madre con la que convivía.

Quise creer que la sensación que me invitaba a no reconocerme se debía a la adrenalina. Quizás era aquel proceso químico lo que me producía la innegable satisfacción de haber hecho lo correcto ayudando a una desconocida

Yo soy persona de riesgo, gordo, hipertenso, y fumador en exceso, y mi madre pasa la vida conectada a una maquina de oxigeno. Con EPOC y un enfisema pulmonar ella no podía correr el riesgo de contraer una enfermedad que le destrozase los pulmones. Ambos lo sabíamos. Por todo ello me había encerrado durante dos años, cuidándome mucho de contraer nada, sin salir de mi ciudad, sin sociabilizar, y por supuesto sin tener sexo. Dos años en los que se me había atrofiado tanto el cuerpo como el alma. Durante los dos años de pandemia no hubo ningún anhelo, queriendo evitar cualquier recuerdo que me trajera añoranzas impasibles de ser saciadas, castrando toda expresión de amor por la vida, precisamente porque nada me es más amado que la vida de aquellos que me rodean. Por todo ello debí sacrificar las presencias, voces y pieles por las que mi cuerpo clamaba con silencio de ruinas. Pero aquella tarde me sentí útil, reconstruido, de forma ya no recordada, casi tan antigua como el tiempo. Me había sentido útil con toda la masculinidad que tenía escondida, redescubriendo un pequeño poder que dormía entre los almohadones de mi adocenamiento. Ya no estaba acostumbrado a hacer ejercicio, y menos aún a levantar mujeres entre mis brazos. En otra época, con mi pretérito cuerpo, aquello no habría sido extraño, portar a mujeres como si mis manos fuesen literas. De aquello ya hacía tiempo, incluso antes de que llegara la pandemia el recuerdo de tal contacto ya se me había exiliado. Sí, hacía dos años que vivía auto confinado, tres que vivía sin sexo… seis que vivía sin ella. Y entonces supe porque no pude reconocerme. La última vez que sentí tal energía, tanta alegría de haber obrado sin titubeos, fue aquella primera noche en la que la acompañé a su casa, después de en la mía propia haber pasado la tarde entera. En aquel primer día ella voló sobre mis brazos, “no, que peso demasiado”, me dijo una y otra vez sin que atendiera a sus ruegos, porque ella no me pesaba, desnudos podía moverla de un espacio de luz a otro, sintiendo como los huracanes besaban la completa juventud de mis bronquios. Era mentira que pesara, claro que lo era porque ella me resultó tan ligera como todo lo etéreo, porque sin duda el hombre que fui podía portarla a cualquier lugar sin que rozase los suelos.

Sí, hacía dos años que vivía encerrado, tres que vivía sin sexo, seis que vivía sin ella y diez que no iba por la calle, con tal satisfacción, tan henchido por hacer lo correcto, por sentirme útil de nuevo, fuerte y viril, tanto que esa tarde el mundo me pudo redescubrir, nuevamente recorriéndolo…

…sí, fui útil, de una manera que solo yo y yo únicamente comprendemos.

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Útil

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Dentro de poco (yesterday)

Dentro de poco (yesterday)

De como conocimos lo que S.A.S. tenía que contar

S.A.S. estaba mudándose de casa, dejaba la independencia que tanto le había costado lograr. Allí estábamos un grupo de amigos en un importante punto de inflexión de su vida en lo que sería la última noche en su casa del barrio de Lavapiés.
Habíamos bebido algo de vino, y comenzamos a vacilar a S.A.S. en referencia a que ninguno de los allí presentes se tragaba que él escribiera de verdad. Le insistimos una y otra vez que lo suyo era una pose. Sólo una pose.
Le pudo la presión, abrió un armario en el que escondía un montón de mecanuscritos de algo más de un metro de altura. Tomó un poemario, se bajó los pantalones hasta los tobillos e hizo lectura de «Dentro de poco» (Yesterday).
Fue lo primero que leí de S.A.S. o mejor dicho, fue lo primero que le escuché recitar en público. Lo primero de una cosa y de otra. Lo hizo frente al público más crítico y posiblemente también el que más le ama. Aquella noche de hace 10 años S.A.S. destapó sus vergüenzas y nos dejó a todos y a todas con la boca abierta, hasta hoy.

Dentro de poco (yesterday)

Dentro de poco las cosas terminarán de la forma que no quisimos.
Dentro de poco, empezaremos a enterrar a nuestros padres,
Empezaremos a caminar con tanta prisa como antes,
Pero en días lluviosos, con dolor en las piernas,
Y un frío extraño, donde sólo hubiera halos de energía.

Dentro de poco, nos miraremos al espejo,
Para descubrir que ya no somos quienes somos,
Sino ese otro que con nosotros se avejenta.

Dentro de poco, recordaremos nuestra infancia,
Con una claridad que hoy ni tan siquiera imaginamos.
Y volveremos a soñar con nuestra madre
Dejándonos el desayuno sobre la mesa.
Volveremos a creer que nada bueno era posible,
Como lo creímos aquella vez,
Cuando el mundo nos fue revelado inabarcable.

Dentro de poco, nacerán dolores, huesos y músculos
Quejosos por no haberles dado suficiente mimo.
Dentro de poco no será lo mismo el sexo redentor,
Las caricias ni los orgasmos.
Dentro de poco, casi habremos olvidado,
Que una vez amamos,
Y que el amor en carne fue toda nuestra vida.

Poco a poco lo que fuimos se irá,
Quedando una presencia huraña,
Recorriendo nuestra arruga de las manos,
Cuando nos vistamos sabedores de esta ruina.

Dentro de poco, alguien dirá que fulanito ha muerto,
Que menganita padece una enfermedad incurable,
Que los niños han crecido demasiado,
Que es demasiado tarde para hacernos padres.
Alguien sentenciará que la memoria se ha perdido
Y, sin embargo,
Cuando las soledades nos alcancen,
Ese amor de verano,
Que fuera cobijado en el olvido,
Volverá revivido ante los ojos y los labios.
Dentro de poco el tiempo pasará tan rápido,
Y a la vez tan despacio,
Que uno no sabrá si dejarse vivir, o envejecer,
Dejándose llevar, aún más allá de lo que fuimos.

Sé que aún somos jóvenes,
Pero siento cómo cada vez pesan más las mañanas,
Y cada vez se alargan más los dolores.

Sé que aún quedan años,
Pero cada vez suena menos el teléfono para preguntarnos,
Y cada vez es más lo que nos olvidamos del mundo,
Mientras el mundo deja de sentir cómo lo habitamos.

Seremos menos de lo que somos,
Mientras nuestra vida se desgaja,
Para convertirnos en un desconocido,
Quien por nuestra boca hable,
De todo aquello cuanto fuimos.

Sí, aún tenemos fuerzas,
Pero ya estamos atravesando la frontera
Hacia el camino finitivo,
Y siquiera nos estamos dando cuenta.

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